Instintos, sueño y Guanajuato

Releyendo la entrada anterior, me acabo de dar cuenta que no todo es malo. Yo he sido un activo partícipe de la idea de que somos animales y que todo lo que hacemos e incluso lo que pensamos, está regido por cosas tan simples como lo son los instintos. ¿Por qué es mucho más fácil recordar nuestros fracasos que alguna victoria? Esta idea de los instintos sugiere que el exaltar nuestros fracasos sobre lo bueno que nos pasa en la vida, está subyugado al gran instinto primero, es decir, a el instinto de supervivencia. Cuando fracasamos, dicho instinto hace que tal experiencia quede tan grabada en nuestra memoria a tal grado que la recordaremos hasta que nos hayamos muerto. ¿Por qué? bueno, porque tenemos que aprender de nuestros errores para no volver a cometerlos en el futuro. Así de esta forma se explica cómo es que recordamos más fácilmente cosas como los accidentes o algunas otras experiencias malísimas (secuestros, asaltos, violaciones, etc.) que anécdotas como cuando conquistamos el andar en bici, o resolver aquel viejo problema de matemáticas que parecía imposible, o como cuando me recibí en mi licenciatura o ingeniería (bueno, para los que ya lo hicieron, yo aún no lo logro). Sí, los logros podremos recordarlos, pero en la mayoría de los casos, tendremos presente tan sólo el logro pero no como pasó. Por otro lado, las cosas malas que nos pasan son tan traumáticas e imposibles de olvidar, que recordaremos hasta el más mínimo detalle. En fin, no sé por qué me eche todo este choro, en realidad sólo quería decir que dentro de toda la adversidad que he vivido últimamente, tuve una muy agradable experiencia y que la platicaré antes de que se me olvide.

Del 5 al 11 de junio realicé un viaje a Guanajuato. Todo comenzó porque Pedro, el pastor universitario que trabaja para la Comunidad Universitaria Reformada en la UNAM, buscaba a alguien que pudiera ayudar a unos gringos que venían a rehabilitar un campamento. El trabajo consistía en hacerla de traductor. Yo terminé el semestre justo el 2 de junio el semestre, así que tuve oportunidad de aceptar la tarea. El 5 de junio fuimos a recoger a Gary, John y Caleb que eran los visitantes, al aeropuerto. Allí ellos rentaron una camioneta y nos fuimos de ahí hacia Guanajuato. La verdad al principio estaba un poco inseguro, o más bien bastante, y dudaba de si podría hacer la tarea adecuadamente. Ese mismo día conocimos a Matthew, un cuate que cuando lo vi me sentí mejor porque era latino y hablaba muy bien el inglés, pero luego me enteré que era un colombiano que fue adoptado y desde chico radicó en EUA, por lo que no hablaba muy bien español. Ya en el campamento nos encontramos con otros gringos, ya un poco grandes de edad. Ellos eran los encargados de rehabilitar la cuestión eléctrica en el campamento. Así que me di cuenta de que estaba rodeado de puros gringos, sabía que todo el tiempo escucharía sólo inglés. En mi segundo día conocí a Isidoro, un señor que allí vivía en el campamento y su trabajo consistía en estar pendiente de que alguien viniera para correr de donde estuviera para abrir el portón (claro, entre algunos trabajos más). En ese momento me sentí más alivianado porque sería el único con quién hablaría en español, pero… ¡Oh decepción! El comenzar a hablar con él me hizo pensar que mi español no era muy bueno tampoco. Muchas veces no entendía lo que me decía y él no entendía lo que yo le decía. Hablaba muy raro a pesar de que era de Veracruz (creo, no me acuerdo porque me contó muchas historias de todos los lugares donde trabajó). En fin, ya para cuando finalizó el tercer día, comencé a sentirme mejor. El mayor de los problemas que tuve fue cuando íbamos a las ferreterías a comprar herramientas porque mi vocabulario en eso era muy pobre, me decían que pidiera algo pero en casi todas las ocasiones no sabía qué era eso, así que me explicaban lo que querían y lo pedía. En otras ocasiones no sabía qué era o no sabía cómo se decía tampoco en español, por lo que mi solución era traducir el para qué era lo que necesitábamos, y para no errarle, cuando habían varios artefactos los que se desprendían de dicha explicación, pedía uno de cada uno para que así el Angloparlante escogiera la opción correcta. Aprendí muchísimo.

Este semestre lo terminé muy estresado y cansado emocionalmente por lo que había vivido en los anteriores diez meses. Pero me des estresé mucho gracias a este viaje. Y tiene mucho que ver con lo que expuse el 6 de enero en este blog en la entrada “utopía de ensueño”:
“Fue entonces que me di cuenta que había llegado al lugar en el cual siempre había soñado estar. Un lugar en donde yo no conocía a nadie, donde la gente no sabía qué significa prejuicio, donde todos parecían vivir en una gran paz y armonía. Me sentí muy feliz por todo lo que había pasado.”

Eso que escribí aquella vez fue tan sólo un sueño, pero en este viaje se volvió realidad, aunque fue por 7 días. Nada de prejuicios y no tuve que hablar mucho sobre mi pasado. Casi todas las noches íbamos a cenar y nos echábamos unas chelas como si nada, ninguna preocupación pasaba por mi cabeza en ese entonces más que traducir correctamente. Me llevé muy bien con todos a pesar de que no me podía expresar del todo por mi inglés mocho. A veces yo no hablaba muy bien, pero se esforzaban por entenderme y no me juzgaban por ello. Desafortunadamente todo acabó, ellos regresaron a su país natal y yo regresé a mi infierno, pero creo que descansé lo suficiente como para lidiar con él un poco más de tiempo.
He aquí la evidencia:

Estas fotos las tome cuando ibamos viajando en la camioneta


Este es el campamento:


Aquí dormía:

Gary y yo


Matthew y yo

Caleb y yo

John y sí, otra vez yo

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