Una tradición para reirse de la muerte

Noviembre en México, mes de los muertos. 2 de noviembre para mi es una es una festividad que se había conservado hasta hace algunos años. Tradición que data desde el México prehispánico y que nos enseña que la muerte no es lo peor de la vida, que simplemente es parte de un proceso natural y que debemos alegrarnos cuando nos llega. La muerte no es el final. Eso me hace recordar la película “El cadáver de la novia” de Tim Burton, ya que si comparamos los humanos vivos con los muertos, hay una diferencia considerable. Los vivos están en un ambiente en tonos de azules y grisáceos, mientras que el mundo de los muertos es muy colorido, ¡Igual que México el primero y dos de noviembre! Así que mientras en todos los países (o casi todos) representarían a la muerte con el color negro y de una forma tétrica, en México sería representada como una pareja (el catrín y la catrina) muy elegante, sonriente, con colores VIVOS, con muchos ornamentos y muy caricaturesca. Algo más o menos así:


Representación estereotipada de la muerte:



Versión Mexicana (los catrines)



Sin embargo, el fin de semana pasado, acompañé a mi hermana y a sus hijos para pedir dulces. De alguna forma me sentí sorprendido porque vi a una gran cantidad de niños (y no tan niños) pidiendo pa’ “su calaverita”. La verdad es que me emocionó, porque mientras mis sobrinos pedían los dulces, yo sólo veía la manera de robarles parte del botín. Pero luego dije “esto no es nuestra tradición”, ¿por qué hacemos esto?. También pensé en eso porque en un club de conversación en inglés al que asisto hablamos sobre ello, y quedé muy sorprendido de que fui el único (si no mal recuerdo) en decir que yo sí celebraba el día de muertos. La mayoría de las respuestas fueron cosas como “mis papás lo hacen, pero como nunca me han explicado que significa, yo no lo hago”, o “Ya están muertos, ¿ya pa’ qué ponerles algo que se va a poner duro y o lo tiramos o lo comemos ya todo rancio?” o “eso es muy tonto y no entiendo pa’ qué hacerlo”. Fue así que llegué a la conclusión de que aquí se hace algo así como una copia barata del “jálogüin” por qué es más divertido, porque al final se obtiene un “dulce botín” que nosotros disfrutaremos y porque se encuentra un pretexto para hacer una fiesta; mientras que no ponemos un altar en memoria a nuestros difuntos seres queridos porque ¿ya pa’ qué? Ya están muertos, y porque todo lo que ponemos en la ofrenda no lo podemos consumir ya que son destinados para gente muerta, lo cual al final no lo comemos o lo tiramos. Eso me entristece, porque si lo vemos desde un sentido práctico, acepto que es inútil seguir esa tradición, porque sólo gastamos en algo que tiramos luego y no nos dio ningún provecho. Pero olvidamos el punto principal: lo que nos enseña, el hermoso mensaje que esta tradición nos transmite acerca de la muerte. Es como si dejáramos de comprar de comprar películas o de ir al cine sólo por el hecho de que no nos deja nada práctico, ya que en ellas nada es real. Se podría decir que representan una posible realidad, pero no es la realidad en sí. ¿Acaso la tradición del día de muertos no es una representación de una realidad posible, que hay una vida después de la muerte y que puede ser mejor que este pinche mundo que nosotros mismos hemos jodido?


La verdad que mi hermana este año se la rifó con el montaje de la ofrenda (aunque tal vez muchos de ustedes podrían ver que exagero y además sólo lo comparo con las ofrendas que aquí hemos puesto en años anteriores), pero me gustaría compartirlo:



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