Memorias de un pasado musical

Ya en algunas otras ocasiones había hablado de mi especie de maldición con respecto a la música. Aquí expresaré un breve resumen para tocar más a fondo este tema. Todo comenzó en la prepa, José Domingo y Enrique Manuel eran mis mejores amigos de la secundaria y decidimos hacer un grupo. Yo en el teclado y Domingo y Enrique en la guitarra, sin embargo no duró mucho y se deshizo la banda. Eso fue apenas el antecedente de la historia.

Todo se remota a cuando recién salí de la prepa. Un día hablando con un cuate, “el caver” para ser preciso (quien había estado en el coro de la escuela), le comenté de mi gran gusto por la música y me dijo que estaba hablando con otro compañero, el “Rabía” (ese era su apellido), sobre formar un banda. Así pues todo comenzó. El Caver cantaba, Rabía tocaba la guitarra acústica y yo el teclado. Más adelante mi amiga Joan y mi amigo Carlos (el buen Yoshiyuki que suele pasar a comentar de vez en cuando por estos rumbos), se integraron para ser nuestro guitarrista y baterista respectivamente. Para entonces no teníamos batería, así que las percusiones consistían en un pandero y un par de baquetas a manera de claves. Todo era de color de rosa, hasta que conseguí un trabajo temporal en la SDN, pero era súper tiempo completo, lo que me quitaba el tiempo para los ensayos. Mi idea era que ellos se siguieran reuniendo sin mí, pero el problema era que el punto de reunión era mi cuarto. Así que en mis poco más de 4 meses de trabajo no hubo más que una sola reunión. Para cuando iba a terminar el trabajo, pensé que algo que nos hacía falta para que sonara todo mejor, era la misma batería. Así que opté por comprar la batería para que fuera una motivación y nuestro grupo fuera mejor. Sin embargo fue lo contrario. El que siempre fue constante cuando hicimos nuestro reencuentro era Carlos el baterista, y justo cuando yo pensé que todo mejoraría. Así que entonces yo anuncié mi renuncia y así culminó mi primera desilusión. Luego de eso, Domingo ya había practicado mucho y había avanzado bastante en la guitarra, y me propuso que tocáramos, pero esta vez me dijo “pues si ya tienes la batería ¿por qué no aprendes a tocarla?”. A partir de ahí practiqué y aprendí la batería como autodidacta. En internet encontramos a un chavo que tocaba el bajo y cantaba aunque no muy bien, y pues mis oídos me pedían hacer algo al respecto. Llamé e invité a Luis, ahora mejor conocido como Toño, y él me acompañó durante toda la historia. De ahí todo fuer puro cambio de guitarristas y bajistas. Entre ellos Uriel, el “chan chan”, Maciel y Rafa. De todo ese tiempo hubo una situación en particular que no olvidaré. Fuimos invitados a tocar en un festival llamado “Fumota”, del cual yo estuve muy temeroso porque nuestro guitarrista principal nos acababa de abandonar y Uriel estaba aprendiendo. Yo pensé que él no aceptaría pasar a ser el guitarrista principal para tocar en un evento de tal magnitud. Además habíamos tenido problemas por falta de equipo y dejamos de ensayar por un tiempo. Uriel aceptó y todos corrimos el riesgo de llegar al festival sin haber ensayado en un par de meses. En el lugar yo definitivamente me intimidé. Había un chingo de gente, el lugar se ubicaba en un cerro con un bonito paisaje por la noche. Podría haber parecido algo como un foro sol muy al natural invertido, es decir, la mayoría de la gente estaba en una parte elevada con respecto al “escenario” lo que sería como admisión general, y al ras de donde tocaban las bandas había menos gente. Nosotros abrimos, hacía un frío de la chingada y luego yo lleno de nervios, eventualmente pensaba en el momento en que nos lloverían las botellas. Pero la verdad es que la gente se prendió bien chido, de ver el ambiente, la gente cantando, bailando, echando desmadre y siguiendo el pedo del vocalista, me emocioné y el frío combinado con los nervios desaparecieron. Puedo atreverme a decir que ha sido la experiencia más chingona que he tenido en toda mi vida. Fue entonces cuando dije “ya sé qué quiero ser de grande”. Luego de ello, mi maldición comenzó a hacer de las suyas, mi grupo tronó y todos los demás. El último se conformó por Ramón en la guitarra y el teclado, Toño en la voz y yo en la batería. Todo iba bien y la maldición de nuevo me acechó. Un día fuimos al centro y ellos compraron equipo para una tocada que tendríamos, allí dije “esto va en serio”. El día después, la banda tronó. Sólo ensayamos para tocar en la que fue la fiesta de cumpleaños de Ramón y todo terminó. Mis ilusiones pasaron a un largo estado de coma.

Sin embargo, aproximadamente hace un mes, unos chavos me contactaron a través de una página de internet para ver si tocaba con ellos. Fui sin haber ensayado por casi tres años y nos echamos un palomazo. Al parecer les agradó a pesar de mi estado todo oxidado y pues ellos me cayeron bien, así que decidí probar. No había escrito nada por temor a que el grupo tronara nuevamente en un par de semanas y aquí hubiera tenido que escribir mi emoción para luego contar mi desconcierto. Pero creo que ahora puedo decir que todo va marchando lento pero seguro, mis ilusiones se han recobrado tras ese largo coma, aún están muy débiles pero siguen vivitas y coleando acompañándome en este interminable camino. Sólo espero que por fin luego de aceptarlo aquí abiertamente, no sea un signo de que todo va tan chido y la maldición venga a jugar su parte para mañana escribir sobre el desastre que dejó tras su paso. Veamos en qué termina esta tragicomedia dramática musical.

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